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Programa completo del curso | |
Seminarios de años anteriores | |
Comenzamos nuestro trabajo repasando el cuadro resumen de la Identificación que habíamos creado el año anterior. En él habíamos tomado la identificación al rasgo unario partiendo de las operaciones psicoanalíticas de privación, frustración, castración con sus correspondientes, agente, objeto y falta. Esto nos permitió leer la lógica de predicados, tanto sintáctica como semánticamente, de forma diferente a las lecturas anteriores: la aristotélica, la de Apuleyo, e incluso la de Peirce. Esta relectura nos descubrió toda una serie de consecuencias tanto en el nivel de la lógica clásica, como en el nivel del sujeto que se identifica al rasgo unario. Es decir, que nuestro sujeto pasará, en su camino de ida, necesariamente por esas diferentes lógicas al identificarse, lo que nos dará los diferentes tipos de identificaciones, las leyes que las rigen y lo que en cada una de ellas es excluido, velado y/o superpuesto. Uno de los resultados centrales de esta relectura lacaniana de la lógica clásica será el del velamiento, desaparición de aquello que cumple la función de objeto, rasgo al que identificarse el sujeto. Las diferentes formas por las que pasa esta desaparición del objeto están contempladas por Lacan tanto desde la propia sintaxis del establecimiento de las categorías aristotélicas, de la relación entre estas categorías, como desde su extensionalidad. En el primer caso, el del establecimiento de las categorías de lo Universal, afirmativo y negativo, y de lo particular, afirmativo y negativo, comprobamos, a través del círculo de Peirce, como quedan desvelados ciertos efectos en los que todo quedará reducido a la presencia o no del rasgo. Si partíamos de S es P, Sujeto y Atributo, Sujeto y objeto, rasgo y vertical, una vez identificado el sujeto (rasgo) a ese vertical (atributo), la cuestión se reduce a comprobar si se da este o no. Conjunción-disyunción entre el campo que representa al sujeto y aquel del objeto, pero que, en todo caso, nos dará como resultado un nuevo campo del sujeto, ampliado y atravesado por ese objeto, y un campo del objeto del que sólo se considera aquella parte del objeto que se vincula con el sujeto. El objeto, atributo, en sí mismo, quedará fuera de juego. Cuestión ésta que se pondrá más de manifiesto cuando Lacan la trabaje desde la extensionalidad y tomando como modelo los círculos de Euler. La topología será la propuesta lacaniana a estos círculos permitiéndonos ver esas diferentes formas de velamiento-desvelamiento de este objeto y su relación con el sujeto. El toro, el doble toro y finalmente el cross-cap captaban desde otra perspectiva las mismas problemáticas, pero partiendo de ellas y ofreciendo, a su vez, operadores alternativos a los del sistema categorial. El orden sucesivo y progresivo de las operaciones de privación, frustración, castración, desde la perspectiva de las relaciones entre las categorías y partiendo del rasgo unario como -1, además de permitirnos percibir la constitución del Universal afirmativo como la negación de esa misma negatividad, nos ordenaba las diferentes identificaciones primera, primaria y secundaria en una temporalidad que llamábamos de ida, ya que esta identificación secundaria está vinculada a la castración y al deseo del Otro, y Lacan dirá que, sólo a partir de ahí se podía rescatar algo de la relación con esos objetos perdidos, velados o rechazados. Se trata pues de un tiempo de vuelta que, sin embargo, será progresivo en la relación del sujeto con el objeto que se hará causa del deseo. Con este panorama iniciamos el Seminario X de La Angustia, partiendo de la hipótesis de que si en el Seminario de la Identificación se abordaba esa aparición/desaparición bajo el campo del sujeto de aquello que cumple la función de objeto, en la Angustia nos enfrentamos al campo del objeto. Formas en las que, en esta estructura elemental, éste objeto reaparece en superposiciones, produciendo diferentes efectos en ese campo constituido del sujeto. Para abordar la angustia Lacan empieza por referirse a la filosofía, y en concreto a esa filosofía (existencialismo) que se opone al esencialismo racionalista que tiene su culminación en Hegel y en los idealistas alemanes, continuadores de la Ilustración que ponían su esperanza en la diosa Razón. Dos autores están en la base de la filosofía existencialista: Arthur Schopenhauer (1788-1860), uno de los referentes filosóficos fundamentales de Freud; y Soren Kierkegaard (1813-1855), uno de los referentes filosóficos fundamentales de Lacan. Estos dos autores no han escurrido el bulto del sufrimiento inherente a lo humano. Y por otra parte se centran, no en un individuo abstracto, sino en el hombre concreto y singular. En ambos hay un profundo desengaño de la razón, al menos de la razón tal como se había planteado hasta ellos, que por otra parte se hallan en un contexto romántico, el que en el siglo XIX en otro plano más artístico y literario traducía ese mismo desengaño. Habrá que esperar al psicoanálisis para dar otra respuesta a lo que alimentaba ese romanticismo. Es ahí donde surgen esos filósofos aparentemente irracionalistas, fundamentales para el pensamiento contemporáneo. S. y K. en primer lugar. El primero de ellos dará paso a Nietszche, que va, en cierto modo a desmitificar el yo y la cultura, en tanto ambos pueden enmascarar mentiras fundamentales. Michel Foucault, otro filósofo que no hay que olvidar, precisamente fijará el nacimiento de la contemporaneidad cuando accede al ámbito del saber lo Otro de la razón, representada esta última, en última instancia, por la lógica canónica clásica, cuya formulación acabada formula Quine. S. y K., contra Hegel, proclaman una filosofía de lo concreto, de la vida real, una filosofía práctica en cierto modo, haciendo del deseo no sólo la esencia del hombre como ya lo había hecho Spinoza, sino una realidad concreta que exige un análisis existencial y una ética existencial derivada de él, que nos llevará a una estética existencial en el sentido de Foucault. K. frente a la supuesta desvalorización de lo singular y concreto por parte de Hegel, será testimonio de la instauración del sujeto singular, del cada uno como única categoría auténticamente humana. Posteriormente tomamos el debate filosófico entre "Esencia y Existencia" lo que nos llevó a autores como J-P Sartre y M. Heidegger. Concretando el tema de los afectos nos adentramos en la teoria de los afectos y, más particularmente, en el de la angustia en la teoría psicoanalíca. De esta forma llegamos a la tabla comparativa del deseo en relación con un objeto y la angustia entre los representantes del idealismo (Hegel), del existencialismo (Kierkegaard) y la propuesta lacaniana de la posición psicoanalítica. Esta tabla que posteriormente le servirá a Lacan para explicar algunas características propias del obsesivo, en una primera lectura, se escalona entre la necesidad de fijar un objeto del deseo, como propone Hegel, pero en tanto este está fijado por otra consciencia, lo condena a ese lugar de objeto de reconocimiento del otro, en el que la única solución posible es la lucha a muerte entre ambos lugares. En la segunda fórmula la respuesta lacaniana a esta necesidad hegeliana es la de un objeto pero que se abre a un i(a) equivalente al fantasma y todo ello, equivalente a un A/ Dice Lacan que en la tercera fórmula Kierkegaard dará la verdad a este impás hegeliano, aunque no lo resuelve, apelando a la apertura de ese otro a una significación singular. Y por último en el cuarto escalón y bajo una formula palindrómica Lacan desarrolla una pulsación entre la apertura de un deseo que se abre a la infinitud de significaciones (como aquella infinitud del perverso) equivalente al deseo del Otro (A/), y un cierre de este deseo a través del deseo del objeto a que es equivalente al cierre de esa infinitud. De esta manera entramos en todo lo que Lacan va a desarrollar guiado no sólo por su esquema óptico sino de lo que ya adelantó respecto a la lógica, el álgebra y la topología en el seminario anterior, el de La Identificación. Sus continuas referencias a los espacios, lugares, dimensiones y bordes, así como las diferentes combinaciones de la matriz de la división del sujeto respecto al Otro nos permite leer desde ahí, además de las propuestas lacanianas de las estructuras defensivas del sujeto, la problemática subyacente respecto a la clara diferenciación entre estas y el objeto a causa de deseo. Su insistencia en la definición del objeto como detaché, que en francés tiene el doble sentido de objeto separado pero también de objeto repuesto, nos pone sobre la pista de la vinculación constante que Lacan hace de este objeto causa con los objetos pulsionales, con las propiedades de separables y cesibles, que darán el color al deseo del sujeto. Pero ¿este color no es precisamente el defensivo? Es por esta vía que seguiremos profundizando intentado rescatar y ordenar todo aquello que, en este seminario y en los siguientes, nos ofrece, paulatinamente, el discernimiento de estas diferencias. | |
María José Muñoz |